LECTURAS DE DOMINGO: LA CASA QUE ERA IMPOSIBLE DE DERRUMBAR
El folklore no solo música, tampoco es música y baile. El folklore es el saber del pueblo. Son las historias, mínimas, pequeñas, que por algun motivo fortuito se van haciendo un poco de todos. Ahí es cuando una historia deja de ser una historia común y toma otro cariz. Se vuelve algo más: una leyenda.
Nuestra pampa gringa está plagada de leyendas. Hechos inexplicables que han trasvasado generaciones y ahí están, estoicos. Mojones que nos quieren hacer detenernos a pensar. Bajar el celular, y levantar la mirada ante algo que es sencillamente inexplicable.
Cuatro paredes, sin un techo, en medio de una yuyal. A metros de las vías del tren y a la vista desde la ruta. A pocos metros del cementerio, como para agregar un contexto más atractivo al lector.
Aclaración: el cementerio no tiene nada que ver con la historia, es solo contexto. La ruta tampoco, aunque da cuenta de la ubicación de lo que antes fue una mansión, y hoy solo algunos escombros que dan cuenta de un pasado de brillo.
Nos ubicamos en el sudeste cordobés. Pequeño poblado que lleva el nombre del hombre que lo creó. Inri.
Cuenta la historia que la familia Araya formó parte de las primeras olas inmigratorias que tuvo nuestro país. Llegaron a tener una gran cantidad de tierras, que perdieron durante el rosismo y que recuperaron luego a fuerza de trabajo.
Don Pedro Araya le compró sus tierras al coronel Eulalio Rodríguez. La extensión de las mismas rondaba las 40 mil hectáreas de campo.
Al morir, cada uno de sus hijos, Pedro Araya de Avenada, Josefa Araya de Alcacer, Lincoln Araya e Inri Araya, recibieron 10 mil hectáreas cada uno. Más tarde, en 1889, INRI Araya compró las tierras a su hermano Lincoln y allí se emplazó la actual Inriville.
La villa de Inri.
Epocas de opulencia. Mientras el pequeño poblado iba tomando forma, se construyó una gran casona en el ingreso a la localidad. Justo cerquita del Camino Real. Propiedad, obviamente, de la familia Araya.
Dos plantas, materiales traídos de Europa. Quizás también materiales de la obra del ferrocarril, que pasa ahí cerquita de la casona.
Símbolo de ostentación, la gran casona siempre fue observada por los vecinos de la localidad. Primero por su esplendor y luego por este misterio que la envuelve y su imposibilidad de derrumbarla. Quizás una leyenda venga de la mano de la otra.
El paso de los años hizo que los Araya se alejen de Inriville y se radiquen en Buenos Aires y aquí viene el folklore, o las creencias de los pobladores que se han ido trasladando de boca en boca.
La casa se fue cayendo de a poco. Sólo quedan unas pocas paredes que igualmente llaman la atención de los que pasan por la ruta. Primero porque es la huella de una casona enorme, pero después también por esa resistencia estoica al paso del tiempo.
Una pared del partenón enclavada en medio de mares sojeros.
La leyenda urbana dice que la pared no se puede derrumbar e incluso auguran males a los que logren derribarla.
Se dice que se intentó hacer con maquinas y a mano, pero que vuelan piedras entre quienes intentan acercarse con esos fines.
Si uno se arrima "por las buenas", no pasa nada, aunque el peligro de derrumbe está latente.
Se dice que en la casa pasaron cosas no tan buenas y por eso sus paredes se niegan a caerse, como testigos de otro tiempo.
Los refutadores de leyendas dirán que no hay misterios. Que sólo son paredes viejas, que el tiempo hará lo que sabe hacer, y que es mejor no acercarse para evitar riesgos de posibles derrumbes.
Nosotros, los que queremos creer que hay algo más, nos asomaremos entre el cañaveral, o desde la ruta, tratando de adivinar que guardan esas paredes construídas con ladrillos ingleses y que se niegan a ser olvidadas. Un derrumbe, es eso también: olvido.
¿Un último valcesito quizás, en lo que fue aquel salón de fiestas que llenó de lujos la zona?.
En el medio del monte. A pocos metros de una ruta, en el corazón de la Pampa Gringa. Una de las zonas más ricas del país. Se erige una vivienda de otra época, que se niega a ser derrumbada. Un pasado que no quiere irse y cada día siembra interrogantes.